Este blog reúne mis artículos (unos publicados y otros no) de investigación acerca del mundo del perro, así como trabajos relacionados con el mundo del derecho y este maravilloso animal. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los mismos salvo autorizacion previa del autor.
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lunes, 31 de marzo de 2014
LOS SPITZ DE MI MEMORIA
LOS SPITZ DE MI MEMORIA.
He tenido la suerte como cinofilo, de ser tan poco original que he heredado la afición de mis mayores, la pasión por los perros en general y la idolatría de algunas razas en particular.
Una de esas RAZAS son los SPITZ.
De ellos, de esa raza, sin ánimo de ser presuntuoso puedo contaros mucho y de antiguo, algo de lo que me relataron mis mayores y algo de lo que yo he vivido.
Mi tatarabuelo Federico Von und Zu Rottmüller, a la sazón cónsul del imperio Austro-Húngaro, fue uno de los introductores de los primeros spitz y la afición de estos perros en mi familia a mediados de 1800 y ha sido una constante hasta el año de 2003, fecha en la que se fue al “cielo de los perros” ( Su Santidad Juan Pablo II decía que los animales no tenían alma pero sí un soplo divino) una pequeña Spitz en Wolf Sable (Waltz se llamaba en recuerdo a sus antepasados austriacos). Todos esos años y generaciones de mi familia han sido acompañadas por un representante de esa maravillosa familia canina que lleva acompañando al hombre moderno desde su nacimiento como tal.
No os voy a hablar del perro de las turberas, ni de los volpinos de Roma, ni de los perros de la Reina Victoria, historia oficial y de los libros, os voy a relatar el boca a boca de 6 generaciones con spitz y las consiguientes anécdotas a más de un siglo de memoria que he tenido la suerte de atesorar y que ahora deposito en mi paciente lector.
Al morir “el austriaco” su perro preferido “Blitz” (Rayo en alemán) se echa a los pies de su cama sobre un cojín de damasco rojo. Acompaña a su amo, a la semana murió de pena. Mi bisabuela añadió al escudo de armas de su padre en la parte inferior, donde hace el pico, un spitz blanco echado sobre un cojín rojo sobre fondo azul con el lema “semper fidelis” – siempre fiel -.
Contaba mi abuela Isabel que su abuelo el austriaco, le traía perros “Lulús de la Pomerania”, los blancos eran Prusianos o Pomeranos y los negros Bávaros o de Württenberg, (en la zona de Baden, donde se ubica el famoso balneario de Baden - baden) siempre medianos los de compañía y grandes los que se usaban para el coche de caballos.
Era típico según me relataban mis mayores, en esas apacibles noches de cuentos, en los que pedíamos a Mamá Isabel que nos deleitase con su verbo, que grandes señores, sacerdotes y gentes de la buena sociedad de aquellos entonces, se hiciesen acompañar de estos perros; se apreciaban especialmente por las señoras y señoritas los pequeños, que nacían de modo espontáneo en las camadas de medianos y eran raros. Nos contaba que su padre, alcalde de la ciudad de Ronda, incluso se llevaba a su perro al Ayuntamiento, a su despacho, a diario, o que su padrino un noble austriaco de la Casa de Sajonia, le regaló un cachorro el día de su puesta de largo.
También nos contaba que mi tatarabuelo puso de moda lo que en su tierra era costumbre entre la alta sociedad, el que los paseos en carruaje fueran acompañados por un Spitz grande, al lado o debajo del mismo, buscando que el color de su pelo concordase lo más posible con el color del tiro de caballos, por lo que a veces al que en España siempre se le llamó Lulú, en su tierra natal se ganase el sobrenombre de “perro de cochero”. Eran una alarma viva de “coche de caballos”, pues cuando los señores se ausentaban o el propio cochero, se echaban cerca del carruaje o en el pescante y ladraban de modo desaforado si alguien osaba romper la vigilancia. Igualmente me relataba que era raro verlos en los barrios populares de finales del siglo XIX y primer tercio del XX. Los pocos que había eran los regalados por los señoritos a sus “queridas” o los que “se morían o perdían” cuando había camadas en casa de los señores y aparecían de modo casual en casa de sus chachas o domésticas ya que como os he dicho fueron un símbolo de buena posición social.
En casa cruzábamos como lo hacían nuestros mayores, blancos con negros, para conseguir blancos bien pigmentados, que fueron los reyes de los perros de compañía en España y en las colonias hasta bien entrados los años 60 del pasado siglo, hasta que otros perros desplazaron por moda a nuestros queridos tiranuelos.
A veces nacían perros Arlequines que ahora se llamar particolores o bicolores, siempre en blanco y negro, que tenían el privilegio de vivir si eran de manchas simétricas y llamativas, sino se les sacrificaba al nacer.
Nunca salvo contadas ocasiones se criaba con los arlequines. Durante la guerra civil española, durante los nueve meses de dominio republicano sobre Málaga, mis abuelos tuvieron que sacrificar, dándoles un tiro con una pequeña “Derringer” a 5 de sus siete Lulús ya que no podían darles de comer. No os lo imaginaís……. Veo a mi abuela Isabel, vestida de negro con más de 80 años, llorando al recordar aquello como si del mismo día se tratase. Los nuevos Adán y Eva de la dinastía se llamaban Lucero (blanco) y Bocanegra (particolor de cabeza negra que tuvo el privilegio de vivir por ser la más joven de las perras). Mis abuelos paternos llegaron a compartir los pocos víveres de racionamiento con sus perros para no renunciar a su compañía. Los perros fueron esquilados y se les manchaba de aceite y ceniza para que no pareciesen “perros de señoritos” , ya que por un Lulú regalado por mi bisabuela a una amiga de mi abuela en su cumpleaños, doña Concepción Jiménez, fue descubierta cuando se ocultaba por el crimen de rezar el rosario en adoración nocturna, y el perrillo inconsciente del mal que causaba por su fidelidad señaló el escondite de su propietaria que fue asesinada a las afueras de la ciudad , no incluyo comentarios.
El problema fue siempre mantener unos perros de calidad. Como ni se vendían ni se compraban hasta años recientes era difícil mantener una buena línea.
En España eran un regalo, un obsequio que se hacía a menudo entre las gentes de la “buena sociedad del momento”. Eran protagonistas habituales de un día de Reyes, un Santo, un cumpleaños o como complemento perfecto al regalo de una pedida de mano (caso este que ocurrió más de una vez en mi familia). En casa se procuraba traer sangre de Austria o Alemania, nunca de Inglaterra pues los hocicos eran más afilados, más “zorrunos” y no gustaban tanto a mis mayores. El fin, evitar la desastrosa consanguinidad que da lugares en nuestra raza, por mi experiencia a la aparición de epilepsia, prognatismo, sordera, monorquidos, paticortos o patilargos y perros faltos de pelo.
No con tantos productos como hoy día, se bañaban con jabón “de olor” y tras secarles se les cepillaba con agua de rosas y un cepillo de cerdas de jabalí una vez al mes. Una vez a la semana se les cepillaba con el mismo cepillo y se les daba con polvo para los azulejos (blanco España) mezclados con polvo de talco francés (de junquillos de olor). El alrededor y los propios ojos se blanqueaban y limpiaban con una solución a base de ácido bórico, peligrosa pues podía quemarles los ojos. Se alternaba con una solución de agua y bicarbonato para limpiarles sólo por fuera.
Existía también la nefasta práctica de darles pequeñísimas dosis de arsénico para que tuviesen más pelo. En casa nunca se usó pues este veneno se acumula en el hígado y al final acababan muriendo. Otra costumbre que se ha desterrado de la raza era el emborracharlos con leche y anís para que no crecieran.
Respecto a los collares he visto lo más barroco que os podáis imaginar. Se les cargaba de cascabeles, campanillas, pequeñas figurillas, medallitas con su nombre ……. de plata, llamados “dijes”, con los años se quedaban sordos como tapias, si ya no lo eran de nacimiento.
Hasta que surgen o imponen los cómodos piensos, los perros de casa comían un “potaje” a base de arroz o pasta (en forma de fideos gordos) con carne de cabra o de caballo. Una vez a la semana sólo un yogurt o leche cuajada y otra vez algo de pescado con verdura.
En el agua se les ponía ajo a fin de evitar los parásitos intestinales y los externos, aunque también me contaba mi abuela que se les daba en infusión para los parásitos corteza de árbol de la morera con hierba buena y para los externos se les ponía ZZ y bajo el cojín donde dormían unas hierbas que crecen en el río que se llaman “matranto” y ahuyentaban a las pulgas.
Los años tras la guerra hasta los 70 fueron muy populares y llegan a casi todos los estratos sociales. “Zar” descendiente de los “Adán y Eva”, los que se libran de la guerra civil, es el compañero de la niñez de mi padre; era un mediano – grande, pero bellísimo. En esa época mi familia es trasladada a África, a las colonias y quedan ejemplares descendientes de nuestros perros en el Norte de Marruecos, Sidi – Ifni y Sahara español, destinos militares de la familia. En esos años nace “Dandy”, mediano blanco que nació en Sáhara, vivió en ese protectorado y recorrió España, Portugal y Chile, además de ver nacer a mis dos hermanas y a mí. Murió con 24 años ¡!, cieguecito, casi pelado, sobre su alfombra preferida frente a la chimenea una fría noche de Navidad, rodeado de tres generaciones de su familia humana. En África los musulmanes al verlo le llamaban al - hisan ó al - aud, dependiendo del dialecto árabe de la zona, al verlo andar y caracolear de alegría entre “yips – yips – guá”, los saharauis decían que parecía un pequeño caballo.
En los años sesenta comienza el noviazgo de mis padres; su carabina era un arlequín llamado “Amigo” que mi padre lleva a la finca de mis abuelos paternos. Eficaz guardián no consentía besos ni arrumacos, bajo pena de mordisco solemne al novio, de un malhumorado mediano. Murió siendo yo pequeño rayando los 17 años, gordo y con medio rabo que le amputó otro perro en una discusión acalorada por algún amor sin raza. Mi abuelo le llamaba el “Houdini”, como el mago, era un experto en escaparse.
En los años 70 – 80 la sangre se refrescaba con interesantes perros de países del este (ya por esos entonces solo pequeños y medianos) que nos proporcionaba nuestro buen amigo Álvaro García – Andrade Colmenares en su famoso “Correo del Zar” como él llamaba a esos perros importados que, en un principio fueron de gran calidad.
Por desgracia al pasar de moda los medianos y pequeños se van nutriendo para su perpetuación de perros de mala calidad o de perros muy consanguíneos dando lugar a perros blancos de tan poca calidad que empiezan a venderse muy baratos a principios de los ochenta hasta nuestros días. Estos perros descienden de los viejos perros de buena sociedad mezclados con perros belgas sin pedigreé.
Muchos vendedores avispados los venden “sin papeles” a gente snob diciéndoles que son “spitz japoneses” cuando en realidad son medianos o pequeños blancos de muy mala calidad. Empiezan luego a entrar los Pomeranias que todos conocéis y algunos pequeños y medianos (raros de ver en los Shows) ahí empieza una nueva andanza que espero poder contaros, pero esa es otra historia de la que sí se ha escrito ………..
Rafael Fernández de Zafra
Socio Honorífico del Spitz Club de España.
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