Canelo el perro del Hospital Puerta del Mar, conocido como la
Residencia en Cádiz.
Dedicado a don Pedro Ortuño, sacerdote que acude en auxilio de
las almas, en su ministerio entre las camas del Hospital.
En esta mañana de Domingo, tras retornar de la Santa Misa,
me he encontrado con un perro viejecito, abandonado cerca de casa en la escuela
canina “Quercus”. Lo arrojaron por
encima de una alambrera de un par de metros. Senil, cansado, sediento,
asfixiado por un probable problema de corazón, lleva en la mirada una tristeza
infinita que me recordó la mirada de otro perro que conocí. ¡¡¡Que mal se paga la fidelidad!!!
A Canelo me lo presentó un amigo y colega de profesión,
Pepe Fernández Puerto. Llevaba entonces ya tres años viviendo en la calle, le
acaricié en la puerta del Hospital, donde algún alma generosa le había puesto
unos cartones para aislarle de la humedad y del frío. Eran muchos los que al
pasar le saludaban y él les respondía echando sus orejas atrás y moviendo
levemente el rabo. No molestaba a nadie, mantenía una silenciosa espera y me
miró con unos ojos que taladraron mi alma.
Cada vez que volvía a Cádiz procuraba
hacer una visita a mi admirado amigo, un chucho que por antiguo en forma y encaste
en ninguna raza, era tan poco original que hasta su nombre era de perro de los
50, PERO CUAN GRANDE ERA, y os voy a contar hoy esta bella historia.
En la “tacita de plata” vivía un señor sin parientes directos
que vivía solo; con pocos medios económicos, enfermo y con pocos amigos,
recogió un chucho cachorrón de la calle y le puso Canelo. El perro, con la
sabiduría del asfalto, llegó a convertirse en un inseparable acompañante y casi
exclusivo amigo del referido señor, y se les veía pasear juntos, en las mañanas
y las tardes – noches gaditanas, por la vieja ciudad, entre las torres otrora
plataformas del vuelo de las palomas buchonas, los aromas y sonidos de esta
ciudad acogedora, generosa, agraciada y llena de arte por lo que el buen perro era su más leal amigo
y único compañero. Transcurrieron así unos tres años de vida sencilla, feliz y
humilde hasta que el señor enfermó por lo que una vez a la semana su ruta de mañana era el camino hacia
la Residencia a recibir la diálisis para aliviar sus problemas de riñón.
Canelo esperaba a su dueño y amigo fuera, bajo la promesa de “esperame aquí compañero, ahora vuelvo” (tal y como me contó un celador que lo veía a menudo), se acababa su diálisis, y despacio se dirigían a su casa, sin alterar la rutina en años.
Al llegar el tercer año de edad aproximado
de Canelo, su amo y compañero no salió por la puerta del Hospital, por la
principal, donde el perro esperaba bajo la mágica promesa, pues falleció.
El perro permaneció allí sentado, esperando. Nada lo pudo apartar de la puerta ni hambre, ni sed, ni frío, ni calor, ni lluvia, ni viento ni alguna gente que quiso echarlo, esperaba a la luz de su vida a su amo que siempre cumplía la promesa de volver.
El perro permaneció allí sentado, esperando. Nada lo pudo apartar de la puerta ni hambre, ni sed, ni frío, ni calor, ni lluvia, ni viento ni alguna gente que quiso echarlo, esperaba a la luz de su vida a su amo que siempre cumplía la promesa de volver.
La generosa Cádiz lo hizo su perro, el
personal del Hospital empezó a cuidarlo y a alimentarlo, los vecinos del barrio
se turnaban para hacerlo.
se turnaban para hacerlo.
Un maldita alma, denunció su presencia en la puerta del
Hospital, una presencia muda, sin molestias…. Y lo capturó la perrera, todo el
mundo se movilizó y las protestas vecinales y
de las protectoras de animales, así como de Agaden y Cadice lograron la
devolución e indulto del famoso cánido gaditano que reemprendió su eterna
guardia. Ellos mismos se hicieron cargo de sus vacunas y permisos especiales
para poder esperar a su amo “con todas las garantías de la ley”.
No se preocupaba ni de buscar comida ni agua, tomaba lo que
las caritativas almas de Cádiz le llevaban, ni nunca quiso otro amo que el
suyo, pues un par de intentos de adopción acabaron en fuga para de nuevo,
esperar en esa puerta la sagrada promesa del retorno de su compañero.
El 9 de diciembre de 2002, en la mañana, cruzando por el paso
de peatones, desde la cercana calle peatonal hacia el Hospital, un Volvo de
color oscuro atropello a Canelo y el perro murió, cumpliendo así su sueño de
volver a ver a su amo al que llevaba esperando desde 1990... ¡12 años!.
Los gaditanos dicen
que el coche no era de “Cai”, que era de fuera, que ningún gaditano habría
atropellado al viejo Canelo, el perro de la ciudad, de todos, al que todos
conocían, cuidaban y admiraban.
Cádiz lloró a su
perro, sus gentes, sus diarios, todos lloraron a Canelo y hasta en el Gran Teatro Falla el coro "Cine Caleta" le cantó un
tango carnavalero contando su historia.
Y vuelvo a repetir que Cádiz es generosa y
agradecida; la iniciativa popular de las asociaciones vecinales, protectora de
animales y las otras que arriba os he mencionado en el mes de abril de 2004, le
dieron el nombre de este fiel chucho a la calle peatonal cercana a la
Residencia, colocándole una placa
homenaje, en la que el sabio pueblo de una de las ciudades más bonitas
del Mundo reconoce la grandeza de un humilde perrillo sin raza.
Rafael Fernández de Zafra.
Emocionante relato, yo voy camino a convertirme en un émulo del dueño de Canelo; afortunada, pero también desafortunadamente, mi perro es "mayor" que yo, y seguramente se me adelantará; de cualquier manera, confío en que lo volveré a ver.
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