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viernes, 16 de mayo de 2014

Eduardo VII del Reino Unido; un Rey apasionado por su fox – terrier.


Eduardo VII del Reino Unido; un Rey  apasionado por su  fox – terrier.
Dedicado a mi buen  y viejo amigo don Mariano Goñi, terrierista como yo, antes que secretario de la RSCE.

El último de los miembros de la familia Real Británica que se apellidó Sajonia – Coburgo – Gotha, el eterno príncipe de Gales, el hijo de la Reina Victoria, el árbitro de la elegancia de la época,  el que impuso múltiples platos de cocina los fines de semana en el Reino Unido, era un enamorado de los terriers y, especialmente de uno que ganó su corazón.
En 1902, coincidiendo con su coronación y el fallecimiento de su anterior mascota, el monarca recibió de manos del 12º Baron Dudley  y otros cronistas dicen que regalado por la duquesa de Newcastle, un fox terrier como regalo, el cual llevaba por nombre de ‘Caesar’ (César).  El perro tenía 3 años cuando se convirtió en el favorito del recién coronado rey a  los 61 años de edad. “Jack” su antecesor murió en un accidente y  el Fox-Terrier de pelo duro  de carácter juguetón se ganó el corazón de su Majestad que nunca le reprendió por nada, como mucho un “¡PERRO MALO!…”  enseñándole uno de sus elegantes bastones y poco más. Como buen fox era cazador y enamoradizo y se extravió alguna vez por lo que para que le sirviese de salvoconducto le regaló un costoso collar  engastado de piedras preciosas con la inscripción que decía ‘Soy César. Pertenezco al Rey’.



Eduardo VII tuvo muchos perros, entre ellos varios Bassett, Spaniels y Chow Chow,…pero César era su pasión; tanto era así que a diario el perro saludaba a su amo ladrando y saltando mientras el rey le preguntaba con cariño: “Entonces… te gusta tu viejo amo?…


César entraba en cualquier estancia, estuviese el personaje que estuviese, subía a las mesas, pianos y sillas, ladraba y mordisqueaba las ropas de quien no le caía bien; hacía lo que le daba la gana y nadie podía decir o hacer nada, so riesgo de levantar la cólera real.

Dormía la mascota en un cómodo sillón junto a la cama del rey que no escuchaba las protestas de la reina consorte Alejandra. Viajó en numerosas ocasiones por muchos países acompañando a la Corte Real y ni que decir tiene los realizados por ocio de la familia en el yate real, o a sus diversas posesiones  .
Al fox  lo alimentaba, aseaba y velaba por él un mayordomo en exclusiva que debía vigilarlo continuamente, pero sin impedirle que hiciese su “foxterriera” voluntad tal y como indiqué antes. Respecto a ello se cuentan múltiples anécdotas como cuando el rey visitó la mansión de Lord Redesdale y César y mató los conejos de angora que eran las mascotas las hijas del anfitrión.

El Barón Hardinge de Penshurst sufrió un envite amoroso en su pierna mientras conversaba con el Rey y este no le regañó y continuó la conversación mientras César se desahogaba en tan aristocrática pernera.

Fue inmortalizado en múltiples ocasiones, en fotografías sólo o acompañando al Rey o a la familia Real y de otros modos como  en 1908;  como regalo a su esposa Su Majestad, encargó al prestigioso joyero Carl Fabergé (el joyero de los zares) un César de calcedonia, oro, esmaltes y rubíes.

Fué retratado César por famosos pintores de la época como Herbert Dicksee o Maud Earl, e inmortalizado en postales de la época e incluso tallado en una escultura tamaño natural Cesar y que fuera colocada en el mausoleo de los reyes Eduardo y Alexandra en la Capilla de San Jorge en Windsor. La estatua representa a César echado a los pies de su amo, otro  testimonio de la unión del monarca y su fiel fox.


César acaparó la prensa mundial en 1910 el 6 de mayo, al fallecer Eduardo VII, pues iba detrás de la carroza con el féretro del rey (por expresas órdenes de la reina para cumplir la voluntad de su esposo) y por delante de todos los monarcas y altos mandatarios que habían acudido a decir su último adiós al monarca (incluyendo a Jorge V, heredero del trono ) Unido). Ello hizo llegar una queja a la familia Real de su sobrino el káiser Guillermo II de Alemania que no comprendió todo ello y ocasionó algunos  problemas diplomáticos.

Cuenta la prensa de la época que, durante el cortejo fúnebre, un perro callejero, quiso perseguir la carroza y César ladró y lo espantó.


La reina Alejandra con sus mimos y cuidados consiguió recuperar al deprimido fox, que durante meses siguió buscando a su amo por las habitaciones, aunque ya nunca fue el juguetón camarada que cautivó a un Rey.


César falleció el 18 de abril de 1914 tras una tras una intervención quirúrgica que se le complicó con unos 16 años de edad aproximadamente.  Eduardo VII quería que lo enterrasen junto a él pero esta voluntad no la cumplió su familia. Fue enterrado en los terrenos de la casa de Marlborough, la residencia de la reina viuda Alexandra. En su lápida se lee esta inscripción …“Nuestro querido César quien fue compañero fiel y constante del Rey hasta su muerte, “Cesar: Yo pertenezco al Rey.

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