Anecdotario
del Perro de Agua en las provincias de Málaga, Cádiz y Córdoba.
Dedicado
a mi buen amigo don Manuel Calvo Villena, que lleva en su corazón la Mar y esta bella raza.
El
perro de Aguas, el turco andaluz, el perrillo de agua, el perro de aguas
español, el churrino como le llaman en
la Extremadura, el turquillo…nuestro PAE.
Se
han vertido ríos de tinta de la historia
de la raza, pero se ha gastado menos tinta en las pequeñas historias y
anécdotas que le han hecho una raza GRANDE
sin discusión alguna, dejando aparte el muy malagueño dicho de “eres más
chivato que un perrillo de agua”.
He
conocido los diferentes encastes antiguos que se funden hoy en el moderno perro
de aguas español, que a pesar de los pesares y de la influencia de la mano
orientada hacia el show del hombre, sigue preservando su indómita bravura,
inteligencia y primitivismo.
Se
habla de una nueva raza como perro de aguas del Cantábrico (que muchas veces llegaba
como mascota a Madrid y otras capitales españolas, por ser Santander lugar de
veraneo de la buena sociedad); y yo defiendo que es simplemente uno de los
encastes del perro de aguas español, que se criaba y estuvo a un tris de
desaparecer en Cantabria y que pudo recuperarse gracias a los pescadores de
Santoña (donde también he saboreado la raza, en sus playas, en sus calles, en
los bares populares y en sus charcas circundantes) . Encaste, línea de cría,
tal como lo es un toro bravo de Miura o de Parladé o de Pérez Tabernero o de
Juan Pedro Domecq, todos toros bravos, todos perros de agua.
He
conocido el perrillo de aguas, ese pequeñito, “nano” en un primer tipo, o de patas cortas largos
como un tranvía, en un segundo tipo que
nacía de modo esporádico en las camadas y que desde antiguo era el mimado por
las orondas, rubicundas y coloradas señoras matronas del campo y de los pueblos
como perro de compañía y eficaz alarma cortijera, o algún bellísimo blanco de
tamaño normal que espabilaba a los
mastines ligeros en su defensa del llano o rancho de los cortijos, haciendas y
lagares de Andalucía, especialmente en
las abruptas montañas Malacitano-Gaditanas,
los calurosos llanos del olivar Sevillano, la fértil y ondulante campiña Cordobesa
y por supuesto en las ora arenosas ora encharcadas tierras onubenses. En Jaén,
Almería y Granada han sido menos populares en los viejos tiempos.
Conocí
algunos en las piaras de ganado propiedad de mis parientes, en la zona de
Badajoz, los famosos Churrinos que llegaban por los corredores trashumantes
desde Andalucía y se refrescaban con verdiblanca sangre.
Recuerdos,
que bellos recuerdos, me voy lejos en el tiempo. Recuerdo una Málaga de barrios
que parecían sometidos a un bombardeo de guerra
y entre las callejas populares paseaban muchos ejemplares de turcos. Esos
turcos que, a pesar de mucho iluminado
que lo niega especialmente en el norte donde se empecinan en que no; se
esquilaban a lo león, tal y como nos enseñan los grabados del siglo XVIII de mi
ciudad.
Llegaba
el verano y pasaba el “Salao” gitano de gran prestigio entre los que
necesitaban de los servicios de un buen esquilador y que se dedicaba a hacer su
particular agosto rapando caballerías y perros. Las caballerías con virguerías
de dibujos, peces, cuadrados, iniciales, rayas y cruces en cuellos y culatas, a
los perros dependiendo del gusto del dueño….si en el campo pelados y mondados,
si en la ciudad de MÁLAGA ESQUILADOS A
LO LEÓN, o sea MUCHOS DE NUESTROS TURCOS TENÍAN RABO y se les dejaba un tercio
del rabo con pelo, todo el cuerpo rapado y la cabeza con pelos, con las
orejillas perfiladas y el hocico cuadrado. Uno de los clientes habituales era
un perro llamado “León” propiedad de Pepe alias “el Belloto”, que no era
extremeño sino un pedazo de bestia, que Dios tenga en su Gloria, bueno como un cacho de pan que regalaba caramelos y muñecos a los niños
y niñas y no podía ver pasar hambre a bicho alguno. Le siempre seguía una cohorte de gatos
famélicos… adoraba a ese turco grande como un pastor alemán y de color ORITO,
SÍ NEGRO Y FUEGO. A ese bravucón y
pendenciero turco, que además guardaba como un Rottweiler, siempre le
acompañaba un perrillo “ratero” dicho sea en malagueño, de orejas gachas, bastorro, de pelo corto, tal
y como un Jack Russell, de color chocolate que simplemente se llamaba
Chocolate y que también era esquilado,
sin tener nada que esquilar por mandato del “Belloto” por ser su mejor forma de
querer a los perros. Eran los “operarios de guardia” de los talleres de las
Galerías metálicas “Pérez – Cea”, don Ernesto, su grandísimo y orondo dueño así
los definía, alto como la torre de la catedral, el que siempre me decía en
broma cuando venía a casa : “me llamo Ernesto el Grande, por la Gracia de Dios
y de las Galerías Metálicas”, todos los días les llevaba algún pedacito de la
tapita de jamón de medio día, que tomaba con el vino y los tertulianos como mi
abuelo. Este perro junto a su enano compinche estaban en el malagueño Camino de Suárez.
“Jugaban”
a malvados entretenimientos, cuando los soltaban a la calle a hacer sus
necesidades, como se hacía antiguamente. el Chocolate provocaba a cualquier
viandante que, enojado recogía y arrojaba una piedra al chucho
impertinente….tras ello aparecía León, grande y malhumorado que correteaba al
apedreador….pobre si se volvía a encararse; eso le costó 24 puntos en la
espalda al lotero del barrio y la cuarentena a León en la perrera, con la
asistencia diaria de Pepe que le llevaba su comida. Otro de los entretenimientos
era que Chocolate provocaba a los perros grandes y los grandes le correteaban,
el imponente León los esperaba en la puerta del taller y allí protegido por su
abundante pelambrera de la cabeza, les daba una paliza de órdago a la grande.
El
encaste de los perros turcos Oritos en negro y fuego o negro y amarillo o negro
y plateado o en dos tonos de marrón o chocolate, era muy propio de la Axarquía
malagueña y se internaba hacia los Villanueva (Algaidas, Trabuco y Rosario),
pues eran efectivos perros de trabajo con el ganado caprino, que era el que se
estilaba por aquellos pagos en los que se enraízan mis ancestros.
Otro
famoso turco de Málaga fue el perro de Juan “er canío” o “Guansindiente”, un
chocolate y blanco, rabón y medianote, esquilado de la cruz hacia abajo, de
nombre “Sobras”. Juan era un “pirata de barrio”, no tenía oficio conocido, y se
las arreglaba haciendo tratos de casas, de alquileres, de locales, era el
típico “correor” que se enteraba quien compraba y quien vendía y así percibía
su comisión. El “Sobras” era listo como el hambre. Ana, Anita, la pobre de Anita,
sabía cuando Juan se emborrachaba porque el perro llegaba a casa de mal humor y
se echaba en el cojín viejo de skay que le tenían en el hueco de la
escalera…..luego llegaba el espectáculo…. Anita le decía donde está ese
“aburtagao” y el perro salía chillando como un loco…le buscaba por las tabernas
del barrio y le traía a mordiscos en las pantorrillas de vuelta a su casa, ante el cachondeo
general de todo el barrio de la Trinidad.
Otro
elemento subversivo de las ordas turco - caninas era el “Chispa”; “Chispa” era
un turco de barbería, de la barbería de Pepe alias el “Zaragata” mote heredado
de su suegro que fue quien le adiestró en este oficio. La barbería de Pepe, era
para mí un paraíso. Los jilgueros, camachos, chamarices, verderones, pinzones y
canarios colgaban por doquier en las paredes. En el rincón del fondo un mueble
de cocina transformado en batería de 6 huecos de cría y en la trastienda muchas sorpresas más,
algún conejo que criaba para ser luego “despachado” con honores de arroz y
medallas de pimiento morrón y chícharos, alguna pareja de mininos o gallinitas
enanas que de día correteaban libres por la calle, para sacar los huevos de
perdiz, y cientos de jaulas que se reparaban, se acumulaban, hatos de caza con
sus redes, palos, bragueros, tablillas para adiestrar a los reclamos…el paraíso
de los bicheros pues todo lo hacía él mismo ante los super abiertos ojos de los
chavales que veíamos con destreza mover la aguja para trenzar la red o teñir
con cáscaras de nogal las mismas . Pepe
venía a casa a afeitar a mi abuelo y después a mí, cuando me salió la
barba, bien rematados con Floyd mentolado extrafuerte, pero los “pelaos” se
hacían en el sillón del barbero, de porcelana blanca y redecillas de esparto.
Allí
en aquel maremágnum vivía “Chispa”. El perro fue un regalo de un pariente mío
encastado por los Aguilares en mi sangre, Pepe Podadera, cliente también del
rapabarbas y a solicitud de este émulo de Fígaro que vive todavía contando con
casi 90 años, le llevó a “Chispa” tras morir el “Kunta”, un chucho de pastor
alemán, pues necesitaba un perrillo para que le acompañara y quería algo más
pequeño. “Chispa” nació en “San Rafael”, más arriba de la encina de la zorra, hacienda de grandes corrales de lanar, de
vieja estirpe ganadera en el trabajo. Su madre la “Paloma” era famosa por
perseguir de modo implacable a perros que se colaban en las lindes, o a los
asilvestrados, a gatos y alimañas en
general. El padre, er “Poli” (de
policía), que viajaba con mi pariente Pepe Podadera en el “janroviyo"
(léase land rover) a todas partes , andó
6 o 7 kilómetros para pedir ayuda a una finca próxima, para que
auxiliaran a su dueño atrapado en el vehículo, con el que cayó por una barranca
debido a cuatro finos de más. El hijo de estos dos fenómenos era marrón sucio,
simpático, con el rabo en forma de asa de tetera, pelado a “bocaos”, a un mal
corte de tijera y sabía como dice el dicho malagueño “en latín y en griego”.
Adolfo, el señor Adolfo Bravo, sargento
retirado de la Legión, que no quería un perro ni muerto le llamaba “er selebro”
(el cerebro) y sólo a él le permitía acercarse.
El
“Chispa” conocía bien a la clientela, y acompañaba de vuelta a casa a los que
daban propina, por mandato de su dueño, no sin antes ladrarles alegremente. Esperaba
por las tardes con paciencia al proveedor del cuartel de la Trinidad, que tenía
un almacén cerca y le hacía mil halagos pues le traía alguna delicatessen
caducada en forma de lata o de chacina más dura de la cuenta. Cuando su dueño
le pedía pelo limpio para los pájaros, señalaba el que más limpio estaba
alfombrando el suelo pinto de blanco y negro, que había rapado a los
parroquianos. Al morir Pepita su
dueña, aulló como un poseso y desde la
esquina el barbero supo de su muerte por los aullidos del turco. Pero
su genialidad no acababa ahí. Pepe era un buscavidas con una cara tremenda, aguzada
por la miseria y sus 7 hijos y se buscaba otros ingresos. Se hizo guarda de una
obra enfrente del piso donde vivía, por las noches se llevaba una colchoneta y
se echaba a dormir y se llevaba al de
aguas. Una noche entraron a robar herramientas un grupo numeroso de gitanos,
dicho sea con todos los respetos, pero es la verdad, Y EL PERRO EN VEZ DE
LADRAR DESPERTÓ AL AMO RASCANDOLE CON LAS PATAS FUERTEMENTE EN EL
BRAZO…increíble, ello le sirvió a Pepe para salir discretamente, ponerse en
medio de la calle y a grandes voces avisar a Pepa para que llamase a la policía
y poner en fuga a los chorizos.
Había
muchos más que vivían en el popular Perchel, y alguno en Huelin y en el Palo, y
acompañaban en las Jábegas y barquitos de arrastre a los marengos (que no
marineros) en sus menesteres de diario.
Otro
de ellos era un perro colorao, de cuerpo normal y patas cortas, como un basset,
se llamaba “Grumete” y estaba acogido que no recogido por los pescadores de un
barco de arrastre en el puerto de Málaga. Cuando el barco no navegaba por el tema de la parada biológica ó en dique
seco por las reparaciones propias y mantenimiento, el “Grumete” no se movía del
mismo, y Juan “Juani” el marengo, alto de voz cascada y nariz aguileña, le
llevaba todos los días la comida, un guisote de arroz con menestra de verduras
y carne o pescado. Ambos se adoraban. “Juani”, sesentón y buena persona tenía
dos cockers en casa, una dorada y otra dorada y blanca, pero el amor de sus
amores era el “Grumete”. El patizambo,
que era esquilado a lo león con su tercio de largo rabo peludo, recibía
todas las atenciones de su camarada de navegación que no era su propietario
sino su compañero y de su bolsillo le pagaba las vacunas y los collares
antiparasitarios y su collar si se terciaba. Un día dejó el barco, y se fue
hasta el monte Pavero donde vivía Juan, por medio de una Málaga para él
desconocida, siguiendo probablemente el rastro del marengo que se iba andando hasta su casa tras llevarle la
pitanza. La distancia es de aproximadamente
de 8 kilómetros y llegó al piso donde vivía rascando la puerta con una
sonrisa. Desde entonces dique seco significaba pelea en casa y “Grumete”
dentro. A este perro fue el primero que ví trabajando en el mar, recuperando
pedazos de redes y cabos y de aparejos y bollas que “Juani”, mi querido Juan,
que Dios tenga en su Gloria, arrojaba orgulloso a la mar, que en Málaga la mar
es mujer, para que yo viese como trabajaba aquel marinerillo lleno de tirabuzones que se retiró con el
viejo lobo de mar cuando vendieron el barco y se deshizo la camaradería .
Hubo
otra estampa muy típica de la calle compañía, en la entrada, en el portal del
al lado de la droguería “Leiva”; allí comprábamos la alelina al agua, tinte
para colorear el bajo de las alas de las palomas mensajeras de nuestra
propiedad, para volarlas en competición. En ese portal se situaba un tal Justo,
hombre alto, moreno de escaso pelo, pero no calvo y siempre malhumorado. Se
buscaba la vida con una carpetilla de tabaco. Junto a él, probablemente se
encontraba la única criatura que le adoraba, una perra turca blanca, grandota y
rabona de nacimiento, gorda por sus mimos, echada sobre una manta en invierno y
sobre un cartón en el verano. La “Boli”…
“Boli”, saludaba efusivamente a los clientes con un chupete en la boca
que llevaba prendido al collar con una cuerdecita para hacerles una gracia. La
perra era increíble, los clientes le pedían el Winston de contrabando, el de
“pata negra”, diciéndole “Boli dámelo fresquito” y la perra entre todos los
paquetes de la bolsa escogía uno que entregaba entre grandes risotadas de la
concurrencia al que le realizaba la petición. Se murió con más de 19 años y
Justo se deprimió mucho al morir la perra, dejó la carpetilla de tabaco y sé
que murió también por lo que me
informaron de la droguería.
Otra
perra que conocí era propiedad de nuestra casa, regalo de un pariente de Ronda
a mi abuelo Antonio. Negra pechiblanca, con dos dedillos de rabo, esquilada por
parejo, se llamaba “Golondrina”. Era una gitanilla sabia y oportunista,
trabajadora incansable, arreaba lo mismo cabras y ovejas, que cerdos o vacas…cazaba, cazaba como ella sola.
Hace muchísimos años, teniendo yo unos
12 o 14 la llevó mi abuelo a cazar el pato a la laguna del mismo nombre en la
provincia de Córdoba que entonces se podía cazar, la perra entraba en el agua
helada y salía como una loca, sacaba pato tras pato, saltaba de la barca en
pompa y no perdía una pieza. Al llegar al caserón que nos hospedaba, propiedad
de unos parientes la perra se echó a temblar y se puso muy muy enferma. Se le
puso un tazón de café con leche regado con la petaca de coñac que siempre
llevaba el abuelo cuando salía de caza. Allí en una espuerta llena de paja
parió dos perritos muertos. El abuelo no se dio cuenta que estaba preñada, y
ella no se resistió a pesar de su gravidez a cumplir las órdenes del amo.
De
su “marido” he de hablaros también; un pariente retirado nuestro tenía una
magnífica finca llamada “Napolín”; el señorito era caprichoso y trajo de no sé
donde unas cabras floridas de color
(después me enteré que eran las famosas payoyas de la serranía de Cádiz)
y entre la piara venía un perro blanco y negro, de nombre “Airoso” magnífico
que era el que cruzamos por primera vez con nuestra perra. Desde entonces aquella perra no fue
cubierta nunca más por perro alguno y andaba una distancia entre las fincas de
más de 12 kilómetros para emparejarse y ser cubierta exclusivamente por este
macho….INCREIBLE!!!.
La
perra protagonizó otras muchas anécdotas ente ellas una que me sucedió a mí
personalmente. Eran las vísperas de la Feria de Málaga y mi abuelo me regaló 20
duros de plata, corría el año 78…y yo loco de contento me los guardé en el
bolsillo liados en un pañuelo. Me mandó a coger uvas a la viña, esas pequeñas y
deliciosas moscatel, que extraen su dulzor colgadas de las herrizas de los
Montes, y que al abuelo le encantaban con el gazpacho….apañé un gran canasto de
los de sierpes de olivo y me bajé de nuevo a casa PERDÍ LA
MONEDA!!!! Cuando me dí cuenta
volví tras mis pasos y me encontré al instante a la perra que en su boca traía
el pañuelo con los 20 duros de palta de los de Franco…bendita perra, que
alegría me dio. La anécdota más fuerte la protagonizó tras ser robada en el
pueblo, en Colmenar…bajamos a comprar algunas cosas de la cooperativa agrícola
y la perra quedó en el coche preñada hasta las trancas, y la robaron, se la
llevaron. La buscamos por todas partes y no apareció por ninguna. Mi abuelo muy
enfadado denunció a la Guardia Civil, ofreció recompensa por la perra, nada de
nada; la robó casi con total seguridad alguien que conocía las virtudes del
animal. Un día estábamos en el llano del lagar escogiendo las primeras
almendras al fresco y de pronto apareció la perra CON UN PERRITO BLANCO Y NEGRO
GORDO DE MÁS DE 20 DÍAS Y MUERTO. El pobre animal en su afán de volver a casa,
se fugó de donde fuera y se llevó el fruto de su vientre, que llegó muerto
debido a la gran distancia y el viaje en
la boca de su madre.
Otro
animal que me encantaba ver era una
perrilla de aguas en Puentegenil, Córdoba, era propiedad de don Antonio Luque,
un devoto de la raza, aquella perra de color negro sucio, mediana tirando a
chica, rabona de nacimiento y lista como
ninguna. La perra acompañaba a todas partes a
Luque, desde al palomar, pues era muy aficionado a las palomas
mensajeras, al negocio del bar, al campo etc…etc… se llamaba “Chiqui”. La
“Chiqui” era un geniecillo auxiliar del campo, comprendía un montón de órdenes,
desde llevar a la bestia a la cuadra, hasta llevar al animal que le señalaban y
cogida por las riendas a beber agua al pilar, le llevaba el tabaco, la cartera,
el mechero, llevaba recados “al ama”,….a la orden de “corta” mordía las cuerdas
o tomisas de amarre de los sacos, e incluso buscaba las navajas o aperos de
labranza que se perdían en el campo. Murió la “Chiqui” y conocí a varios de sus
descendientes. En su vejez, ya viviendo en Málaga le pregunté el porqué de la
devoción hacia la raza y me contó una historia emocionante y cruel, que todavía
hoy me causan pesadillas. Estaba Luque trabajando junto a sus padres y
hermanos, en un Cortijo de un señorito, cerca de Aguilar de la Frontera, y
sobraban perros de pastor. El señorito le mandó al padre de Antonio el que se deshiciera de
algunos perros pues eran demasiados, y había que matar tres. El encargo fue
traspasado al que era entonces muchacho, ató los perros y tomó el instrumento
que le dieron para realizar su cometido, UN ESCARDILLO de los de pala ancha o
AMOCAFRE. Golpe en el cogote y a las quiebras del
cañaveral, así uno tras otro….pero a la noche, cuando estaban al amor de la
lumbre, una perrilla no recibió el golpe demasiado certero y se presentó en la
finca, con los ojos fuera de las órbitas
lamiendo las manos de quien le inflingió el daño. El señorito se enfadó mucho y
Antonio le pidió un cartucho, para
rematar al pobre animal, a lo cual se negó pues era un gasto innecesario …la
estranguló con su correa y se fue a probar fortuna a Puentegenil, asqueado y
dolorido por lo que le obligaron a hacer en los años 30 del pasado siglo. Desde
entonces tuvo siempre como pago a tanta bondad una perrilla de aguas en
recuerdo a la que tuvo que rematar. Justo
antes de fallecer seguía teniendo un descendiente de la saga “El topo”, del
mismo color que su chorlita, que se murió de pena al morir el buen Antonio, a
pesar de haber sido recogido por el hijo de este en memoria de su padre. Este perro era un bichejo malo, su dueño le
decía “reparte tabaco: pero sólo uno a cada uno”. El perro lo ofrecía y pobre
del que cogiera dos cigarros del paquete que llevaba en su boca, porque lo
correteaba a mordiscos en los talones y hacía jirones los bajos de los irreverentes pantalones que cometieron ese
nefasto hurto al paquete de “Rumbo” que le había confiado su amo.
La última anécdota que os voy a contar es
triste, pero no por menos emotiva y signo de la inteligencia de nuestros turquillos. Rondaba julio del 88, el mes del César, y fui con mi
abuelo a la finca de unos amigos a la
bella Grazalema, a coger unos pollos de perdiz
roja“que los de las piedras son los más bravos y mejores cantando”,
decía mi abuelo. La forma de cogerlos era observar de día a las madres y
atraparlos de noche con una red redonda sujetada a un aro de alambre para poder
lanzarla cuando la pájara tenía a los medianos y emplumados patirrojos todos pernoctando
debajo de ella. Provistos de una linterna y con un cencerro o esquila atado al
cinturón simulábamos el paso del ganado para atraparlos y luego escoger los
machillos para el cante y el reclamo y poner a las hembras de nuevo en
libertad. Estabamos bicheando de día por
un carril cuando de pronto vemos a un lugareño encararse la escopeta y pegarle
un tiro a un cachorrón o cachorrona de
turco pintado de chocolate que cayó a un
despeñadero. Desesperado el otro perro bajó como pudo dando lamentos y aullidos
al ver a su compañero muerto. Preguntamos luego a Sebastián que quien era el
sujeto y el porqué de matar al perrillo y nos dijo que no valía para las cabras
y que perro que no trabajaba…..ya sabíamos. La que gritaba desesperada era su
madre. Cruel, pero cierto, selección pero despiadada, comprensivo en una
economía estricta que no permite mantener un perro que no vale…otros tiempos.
Lo
impactante, la madre doliente llorando la pérdida de su cachorro.
Y
esto mis queridos amigos es lo que os puedo contar, y como decimos en Málaga,
fuera aparte de los perros de aguas que siguen trabajando en el campo y
protagonizando anécdotas como estas, o los que trabajan para la policía en
diversos cometidos, o en la pet -
therapy o terapia animal, estos son los maravillosos animales que he
conocido y conocí y que sigo siempre que puedo incluso colaborando en mi
modesta condición de juez de concurso o comisario de ring en las exposiciones,
desde que un grupo de entusiastas aficionadas allá en Estepona hace muchos años
se reunieron en un concurso para llevar a un grupo de valor étnico a su muy
merecido lugar dentro de las Razas Españolas y a su proyección mundial.
Espero
que os haya gustado este anecdotario imborrable de mi memoria .
Rafael
Fernández de Zafra.
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