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domingo, 4 de enero de 2015

Cuento de Reyes- Los Dálmatas




CUENTO DEL DÍA DE REYES

LAS MANCHAS CON LAS QUE SE BENDIJO A LOS DÁLMATAS


Dedico este cuento a varias personas que son tocadas de lleno por este tema y a las que espero que les guste : Primero al doctor don V. Gianluca Mancuso por animarme a escribir mis historias y artículos, segundo a don Pedro y doña Inmaculada, propietarios del afijo  y la clínica veterinaria Cliveal, enamorados de la raza y no muy conformes con la tradición  judeo cristiana de que no existan perros en el portal de Belén e inspiradores de este cuento y tercero a mi buen amigo don José Moura del afijo Chappaquiddick, apasionado de la raza y todo un caballero en los rings.

Y dice así……

Tras el primer tiempo de Adviento del Mundo, tiempo del Adventus Redemptoris, ‘venida del Redentor) con el que los católicos celebramos el primer período del año litúrgico,  que consiste en un tiempo de preparación espiritual, de oración y reflexión para la celebración del nacimiento del Niño Dios, con sus 4 domingos y sus cuatro velas (que representan el mejorar en el amor, la paz, la tolerancia y la fe) en la corona de pino, bendecida por el sacerdote, viene el día triste de  los Santos Inocentes, niños mártires, tiernos infantes, que la Iglesia venera en la octava de Navidad, los llamados Allisio infantium, Natale infantum o Necatio Infantum  y en ese día triste de sacrifico por proteger al Rey de Reyes, hubo unos protagonistas anónimos que  os voy  a descubrir.

Se apareció una estrella en el cielo, una estrella con cola, que avistada por los tres sabios Reyes, Magos de Oriente, anunciaba el nacimiento del más grande regalo que dios hizo al Mundo y a la Humanidad: su propio hijo. Melchor, Gaspar y Baltasar, se pusieron en camino guiados por aquella brillante guía de Luz.

Entre tanto quiso Dios que El naciera  a pesar de su  preclara sangre Real, heredada del Rey David, estirpe de la que desciende la Virgen María,  compartiendo las penalidades y atribulaciones de los humildes, en fraternal comunión con todos nosotros, en un sencillo establo, de los llamados pesebres o portal, excavado entre las piedras de las afueras de Belén. Allí calentado de continuo por el aliento del fuerte Buey, ante la flemática mula, las palomas y una vieja gata tricolor que calentaba el Santo vientre, fue adorado por los pastores y las gentes  de los alrededores, entre ellos un comerciante de la Illiria , de la zona la que conocemos como la Dalmatia,  cercana al mar adiátrico, de nombre Titus Rhizus, hombre piadoso que romanizó su nombre y tomó como apellido el de su ciudad natal, dedicado a la agricultura en el nuevo protectorado del reino de Judea en unos terrenos cedidos por la todopoderosa Roma, por su condición de excondecorado soldado. Los dálmatas humanos eran afamados guerreros que, tras  nacer el primer siglo de nuestra era y dentro del mismo, tuvieron su propia Cohors II Delmatorum, la que se creó en tiempos de Domiciano el aristocrático César.

Le acompañaron varios de sus  inseparables perros  illiricos, blancos como la nieve con las orejas de color negro, y junto a ellos  emocionado por ser testigo de excepción de la santa escena del nacimiento retornó a su hacienda feliz y gozoso.  

Pasaron los Magos cerca del Palacio del Rey Herodes y revestidos de buena Fe fueron a pedirle cobijo para hacer noche allí. El cruel Herodes les recibió y les agasajó y, al preguntarles el motivo de la Real comitiva de Sabios, ellos le respondieron que venían a adorar al Rey de Reyes, al hijo de Dios  que hecho hombre nacía en Belén.

El taimado Herodes sobresaltado por ello, meditó su perversa respuesta y les pidió que a la vuelta, sus “primos” (tratamiento antiguo que se daban entre los reyes y reinas con o sin parentesco  de sangre) les indicara el lugar exacto del nacimiento de Jesús y de qué carecía el nuevo Rey para el portarlo y así poderle adorar también. Se frotaba las manos mientras lo decía y su sonrisa llena de  afilados dientes, así como su mirada cetrina no gustaron al viejo Melchor, el de los blancos cabellos, por lo que tras el agasajo y bajo su recomendación, partieron los tres en pos del astro guía.

Llegaron los reales astrólogos a la humilde cámara donde se alojaba la Sagrada Familia y le ofrecieron al Niño oro, incienso y mirra, no por capricho sino con un gran significado; el oro por ser el poder y ser el nacido Rey de Reyes, el incienso por ser el perfume sacro que reconoce la divinidad del nacido y la mirra bálsamo de untura a los muertos por el que se reconoce su naturaleza humana y humilde….le adoraron y le glorificaron, dieron Gracias por reconocer al Salvador en su persona y, calladamente, se fueron al lejano Oriente montados en sus camellos de peludas gibas, acompañados por un sencillo séquito de sofieles,    evitando el paso por el real sitio que ocupaba el temeroso y malvado Herodes.

Pero todo ello fue en vano, pues los numerosos espías del rey de Judea, alertaron al más famoso infanticida de la historia de la Humanidad, que al no conocer el paradero del recién nacido Mesías, mandó pasar a cuchillo, uno por uno, a todos los niños que nacidos en su Reino tuviesen  hasta dos años de edad a fin de evitar el ser suplantado en el trono de la tierra, que no interesaba al rey de los cielos, señalando la casa donde se producía cada muerte con una cruz de negra pez.

El Ángel de la Guarda también hizo su primera aparición en este momento y le dijo en sueños al casto padre José, al Santo Patriarca, que la muerte acechaba a Jesús, que huyera a Egipto y que de allí le sería indicada su vuelta, que sería protegido por un soplo divino, que se apresurara, que era tarde ya….horrorizado, compró con lo poco que tenía una vieja borriquilla que estaba destinada al desolladero, despertó a Nuestra Señora y la subió a la noble bestia, y corrió a todo lo que daba .

Los soldados de Herodes les vieron huir, e intentaron alcanzarlos, pero de pronto se encontraron con que los perros de Titus el de llliria, salieron del ostium (equivalente a nuestra entrada o zaguán) de la cercana villa y atacaron con grandes gruñidos y ladridos a los soldados, impidiendo la persecución de los que huían para proteger la vida del nacido. Los soldados se defendieron y alzaron sus espadas, salpicando con sus brazos tintos de sangre a los perros, al igual que con las brochas y vasijas de negra pez. Ante la fiera jauría de blancos dientes y la algarabía que produjeron, los soldados se retiraron maldiciendo a los perros, Titus Rhizus contempló todo ello desde la ventana del cubiculum (dormitorio) de su villa, mudo y temeroso, sin más luz que la de la luna. Los soldados se fueron convencidos que los que huían eran unos parias miserables cuyo hijo no importaba y que el Rey no se enteraría de la fuga.

A lo lejos  la Virgen María, agradecida, bendijo con entrecortado rumor a los perros, pidiendo a Dios que los descendientes de estos en recuerdo a su nobleza nacieran color blanco nieve, por su soplo divino y que al crecer unos tuvieran las manchas rojas por todo su cuerpo recordando la sangre vertida por los inocentes y otros las tuvieran negras recordando la pez con la que se señalaba la puerta de las familias masacradas…. petición de aquellos labios puros, que fueron atendidos y que hoy se sigue perpetuando en los descendientes de aquella jauría, en recuerdo de aquellos días, y que explican la original capa pintada con la que Dios, divino hacedor del Mundo, cubre a estas nobles criaturas.

Y así acaba la historia de este cuento que para el día de  Reyes escribí un cuatro de Enero del año del Señor de 2015.  

Espero que os halla gustado.     

Rafael Fernández de Zafra.

1 comentario:

  1. Enhorabuena Rafael, precioso cuento de dálmatas y Navidad. Muchísimas gracias por la dedicatoria y me alegra haber sido el culpable de la inspiración :-)
    Pedro Baquero (Dálmatas de Cliveal)

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