LAS MANCHAS CON LAS QUE SE BENDIJO A
LOS DÁLMATAS
Dedico este cuento a varias personas
que son tocadas de lleno por este tema y a las que espero que les guste :
Primero al doctor don V. Gianluca Mancuso por animarme a escribir mis historias
y artículos, segundo a don Pedro y doña Inmaculada, propietarios del afijo y la clínica veterinaria Cliveal, enamorados
de la raza y no muy conformes con la tradición judeo cristiana de que no existan perros en el
portal de Belén e inspiradores de este cuento y tercero a mi buen amigo don
José Moura del afijo Chappaquiddick, apasionado de la raza y todo un caballero
en los rings.
Y dice así……
Tras el primer tiempo de Adviento del
Mundo, tiempo del Adventus Redemptoris, ‘venida del Redentor) con el que los
católicos celebramos el primer período del año
litúrgico, que consiste en un
tiempo de preparación espiritual, de oración y reflexión para la celebración
del nacimiento del Niño Dios, con sus 4 domingos y sus cuatro velas (que
representan el mejorar en el amor, la paz, la tolerancia y la fe) en la corona
de pino, bendecida por el sacerdote, viene el día triste de los Santos Inocentes, niños mártires, tiernos
infantes, que la Iglesia venera en la octava de Navidad, los llamados Allisio
infantium, Natale infantum o Necatio Infantum
y en ese día triste de sacrifico por proteger al Rey de Reyes, hubo unos
protagonistas anónimos que os voy a descubrir.
Se apareció una estrella en el cielo,
una estrella con cola, que avistada por los tres sabios Reyes, Magos de
Oriente, anunciaba el nacimiento del más grande regalo que dios hizo al Mundo y
a la Humanidad: su propio hijo. Melchor, Gaspar y Baltasar, se pusieron en
camino guiados por aquella brillante guía de Luz.
Entre tanto quiso Dios que El
naciera a pesar de su preclara sangre Real, heredada del Rey David,
estirpe de la que desciende la Virgen María,
compartiendo las penalidades y atribulaciones de los humildes, en
fraternal comunión con todos nosotros, en un sencillo establo, de los llamados
pesebres o portal, excavado entre las piedras de las afueras de Belén. Allí
calentado de continuo por el aliento del fuerte Buey, ante la flemática mula,
las palomas y una vieja gata tricolor que calentaba el Santo vientre, fue
adorado por los pastores y las gentes de
los alrededores, entre ellos un comerciante de la Illiria , de la zona la que
conocemos como la Dalmatia, cercana al
mar adiátrico, de nombre Titus Rhizus, hombre piadoso que romanizó su nombre y
tomó como apellido el de su ciudad natal, dedicado a la agricultura en el nuevo
protectorado del reino de Judea en unos terrenos cedidos por la todopoderosa Roma,
por su condición de excondecorado soldado. Los dálmatas humanos eran afamados
guerreros que, tras nacer el primer
siglo de nuestra era y dentro del mismo, tuvieron su propia Cohors II
Delmatorum, la que se creó en tiempos de Domiciano el aristocrático César.
Le acompañaron varios de sus inseparables perros illiricos, blancos como la nieve con las
orejas de color negro, y junto a ellos emocionado por ser testigo de excepción de la
santa escena del nacimiento retornó a su hacienda feliz y gozoso.
Pasaron los Magos cerca del Palacio
del Rey Herodes y revestidos de buena Fe fueron a pedirle cobijo para hacer
noche allí. El cruel Herodes les recibió y les agasajó y, al preguntarles el
motivo de la Real comitiva de Sabios, ellos le respondieron que venían a adorar
al Rey de Reyes, al hijo de Dios que hecho
hombre nacía en Belén.
El taimado Herodes sobresaltado por
ello, meditó su perversa respuesta y les pidió que a la vuelta, sus “primos”
(tratamiento antiguo que se daban entre los reyes y reinas con o sin parentesco
de sangre) les indicara el lugar exacto
del nacimiento de Jesús y de qué carecía el nuevo Rey para el portarlo y así
poderle adorar también. Se frotaba las manos mientras lo decía y su sonrisa
llena de afilados dientes, así como su
mirada cetrina no gustaron al viejo Melchor, el de los blancos cabellos, por lo
que tras el agasajo y bajo su recomendación, partieron los tres en pos del
astro guía.
Llegaron los reales astrólogos a la
humilde cámara donde se alojaba la Sagrada Familia y le ofrecieron al Niño oro,
incienso y mirra, no por capricho sino con un gran significado; el oro por ser
el poder y ser el nacido Rey de Reyes, el incienso por ser el perfume sacro que
reconoce la divinidad del nacido y la mirra bálsamo de untura a los muertos por
el que se reconoce su naturaleza humana y humilde….le adoraron y le
glorificaron, dieron Gracias por reconocer al Salvador en su persona y, calladamente,
se fueron al lejano Oriente montados en sus camellos de peludas gibas,
acompañados por un sencillo séquito de sofieles, evitando el paso por el real sitio que ocupaba
el temeroso y malvado Herodes.
Pero todo ello fue en vano, pues los numerosos
espías del rey de Judea, alertaron al más famoso infanticida de la historia de
la Humanidad, que al no conocer el paradero del recién nacido Mesías, mandó
pasar a cuchillo, uno por uno, a todos los niños que nacidos en su Reino
tuviesen hasta dos años de edad a fin de
evitar el ser suplantado en el trono de la tierra, que no interesaba al rey de
los cielos, señalando la casa donde se producía cada muerte con una cruz de
negra pez.
El Ángel de la Guarda también hizo su
primera aparición en este momento y le dijo en sueños al casto padre José, al
Santo Patriarca, que la muerte acechaba a Jesús, que huyera a Egipto y que de
allí le sería indicada su vuelta, que sería protegido por un soplo divino, que se
apresurara, que era tarde ya….horrorizado, compró con lo poco que tenía una
vieja borriquilla que estaba destinada al desolladero, despertó a Nuestra
Señora y la subió a la noble bestia, y corrió a todo lo que daba .
Los soldados de Herodes les vieron
huir, e intentaron alcanzarlos, pero de pronto se encontraron con que los
perros de Titus el de llliria, salieron del ostium (equivalente a nuestra
entrada o zaguán) de la cercana villa y atacaron con grandes gruñidos y
ladridos a los soldados, impidiendo la persecución de los que huían para proteger
la vida del nacido. Los soldados se defendieron y alzaron sus espadas, salpicando
con sus brazos tintos de sangre a los perros, al igual que con las brochas y
vasijas de negra pez. Ante la fiera jauría de blancos dientes y la algarabía
que produjeron, los soldados se retiraron maldiciendo a los perros, Titus
Rhizus contempló todo ello desde la ventana del cubiculum (dormitorio) de su
villa, mudo y temeroso, sin más luz que la de la luna. Los soldados se fueron
convencidos que los que huían eran unos parias miserables cuyo hijo no
importaba y que el Rey no se enteraría de la fuga.
A lo lejos la Virgen María, agradecida, bendijo con entrecortado
rumor a los perros, pidiendo a Dios que los descendientes de estos en recuerdo
a su nobleza nacieran color blanco nieve, por su soplo divino y que al crecer
unos tuvieran las manchas rojas por todo su cuerpo recordando la sangre vertida
por los inocentes y otros las tuvieran negras recordando la pez con la que se
señalaba la puerta de las familias masacradas…. petición de aquellos labios
puros, que fueron atendidos y que hoy se sigue perpetuando en los
descendientes de aquella jauría, en recuerdo de aquellos días, y que explican
la original capa pintada con la que Dios, divino hacedor del Mundo, cubre a
estas nobles criaturas.
Y así acaba la historia de este
cuento que para el día de Reyes escribí
un cuatro de Enero del año del Señor de 2015.
Espero que os halla gustado.
Rafael Fernández de Zafra.
Enhorabuena Rafael, precioso cuento de dálmatas y Navidad. Muchísimas gracias por la dedicatoria y me alegra haber sido el culpable de la inspiración :-)
ResponderEliminarPedro Baquero (Dálmatas de Cliveal)